ANNO XVIII Aprile 2024.  Direttore Umberto Calabrese

Mercoledì, 14 Marzo 2018 13:02

La muerte física

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El cuerpo humano es perecedero, cuando se agotan las funciones de los órganos y sistemas, éste perece. Hay que ver ese hecho como natural. El hombre es débil, frágil, podría decirse y cualquier golpe, lesión puede desencadenar un cese de funciones, una interrupción prolongada, un colapso de órganos principales y perecer.

Por otra parte, somos una máquina perfecta, una especie de computadora biológica que controla el trabajo de cada parte del ser humano, por más pequeña e insignificante que parezca. Dichas partes accionan de manera organizada, acoplada, sincronizada, cada una tiene su función diferenciada de sus vecinas. Cada una es un universo pequeño.

Las células laboran de manera coordinada, sujetas a órdenes, códigos que leen a la perfección. Están subordinadas a un comando general quien las controla para que hagan su labor diaria y para que se reproduzcan luego que envejecen o mueren. Muchas personas no lo saben, no reparan que el metabolismo está relacionado con la elaboración de nuevos tejidos, nuevo material cada día, cada año, en perfecta armonía.

Observen cómo evolucionan físicamente los niños, para que haya un crecimiento de tejidos, de piel, debe haber producción diaria de células. Además, cómo cada día envejecemos, en un proceso que no se detiene desde el nacimiento. A los ocho años se empiezan a morir las células auditivas.

En este sentido, la gente le teme a la muerte, sin embargo cada día mueren millones de células, cada siete años hemos renovado todas y cada una de las células del cuerpo, es decir, hay una renovación interna y cada día morimos un poco. Por ejemplo, cuando dormimos perdemos la noción del mundo, prácticamente morimos, no sabemos si despertaremos al día siguiente. Nuestro cuerpo permanece en reposo mientras nuestra alma vaga por el infinito. Además, muchos órganos se desintoxican, se limpian en un proceso de “mantenimiento interno”, mientras tanto estamos “dormidos”.

Por otro lado, el corazón, riñones, pulmones, como grandes órganos forman parte de ese conjunto. Ninguno trabaja aislado, sino en equipo. Cuando paran las funciones, el todo integrado, se va separando y ocurre el colapso. Sobreviene la desintegración total de todo el conjunto que trabajaba de manera unida y armónica.

Hay dos fuerzas que mantienen entrelazados todos los sistemas, una fuerza de cohesión o de adhesión que los hace un todo armónico y la de expulsión o repulsión cuando se trata de desechar alguna célula que ya no estará en funciones.

Cuando ocurre la muerte, esas fuerzas desaparecen y no se puede realizar el trabajo que tenían encomendado.

Esa desintegración permite a las bacterias que ya poblaban el cuerpo, multiplicarse, en este sentido, un cadáver es altamente contaminante. Por esa razón, es conveniente un entierro rápido y no exponerse al cuerpo porque está en proceso de putrefacción aunque haya sido acondicionado con químicos para preservarlo o hacer más lenta su desintegración. Un hospital, el cementerio se convierte en un centro de contaminación como una planta nuclear averiada, con millones de bacterias que nos pueden hacer daño.

El cuerpo cuando perece y es certificada la muerte por un especialista, debe ser retirado del contacto con los otros y ser llevado a un sitio lejano para cremarlo y darle sepultura a esas cenizas.

Deberían construir mausoleos donde se depositen dichas cenizas y los deudos puedan ir con tranquilidad a visitar a sus difuntos, a orar por ellos y a encender una vela. Los cementerios donde se depositan los cadáveres en la tierra, deberían estar blindados con materiales aislantes para que no se esparzan las bacterias que se apoderan del cuerpo inerte. Porque cuando hay inundaciones, terremotos, los ataúdes salen a flote y pueden causar una epidemia. Por lo tanto se deberían tomar las precauciones para que no ocurran accidentes con cadáveres.

Los camposantos deberían ser sitios hermosos, un monumento para rendirle tributo a ese ser que pasó por la tierra y la impactó de alguna manera.

Estamos tan atrasados en este sentido, que vemos al difunto a través de nuestros caprichos y necesidades, por esa razón deseamos exponerlo a la vista del público la mayor cantidad de tiempo, para satisfacer el morbo de la mayoría.

Hay seres que nunca vieron a ese difunto en su vida, que no sabían cómo, quién era y van porque son amigos de los deudos. En un momento tan doloroso lo que menos se desea es conversar o ver a los amigos. El dolor consume y se desea estar en solitario, sufriendo por la pérdida.

Se convierte así el velatorio en un momento social, para charlar, conocer personas y pasar un rato de distracción, cuando debería ser un momento íntimo de recogimiento, oración y reflexión para toda la familia y allegados cercanos.

La muerte es el momento más extraordinario por el cual pasamos después del nacimiento. Son dos hilos conductores de nuestra presencia en el mundo. En el momento de la muerte física, lloramos, el mundo se derrumba, se convierte en tristeza, abatimiento, luto. Hay un duelo –para algunas personas- más atroz de lo que pueden soportar, es decir, los sobrepasa el dolor y el abatimiento. Por otra parte, el nacimiento, es causa de gran gozo, esperanza en el mañana.

Ambos extremos son igualmente relevantes y deberían verse de la misma manera. Quien llega y quien se va, deben asumirse con alegría porque quien se despide del mundo, ya no sufre, su cuerpo se desecha y aflora el alma, el amor puro y verdadero. Esa persona va a descansar sin los obstáculos de su cuerpo terrenal. Pasa a ser parte del amor infinito de Dios, un ser de luz, maravilloso, absolutamente amoroso.

Invertimos la emoción de ambos momento, el nacimiento de alguien podría ser un signo de infortunio, dolores, tristezas, de acuerdo a cómo haya venido a vivir. Es incierto, en otras palabras. Sin embargo, lo vemos como algo grandioso, maravilloso, un milagro del creador, valoramos muy positivo ese momento. Al contrario, la muerte es el descanso, el despojo de un cuerpo que se enferma, se resiente y que sufre por lo material.

La cultura nos obliga a sufrir y a llorar por quien parte, cuando deberíamos sonreír y ser felices porque esa persona se ha liberado de lo material que es el cuerpo, de los sentidos, por lo tanto, del sufrimiento y del dolor. Nuestro deseo egoísta de tenerlo, poseerlo nos ata al sufrimiento.

La materialidad nos indica que ese ser es nuestro y que nos despojaron de él, cuando es lo contrario, lo ganamos para la eternidad. Se convierte en un ser de luz que va a estar pendientes de nosotros mucho más que cuando estaba en la tierra, porque es inmaterial, puede estar en cualquier sitio que desee en un tris.

Debemos orientar a los niños en una nueva forma de ver la muerte física, para que demos paso al concepto de la transición, porque esa persona que se va de nuestro plano terrenal no muere, sigue allí, en suspención. Va a volver a la tierra en otra época, con otro cuerpo. Ese ser vino a acompañarnos y a enseñarnos cosas positivas, que si las analizamos nos damos cuenta de su importancia. Nadie viene para mal, todos venimos para bien de los que nos rodean.

Cuando creemos que esa persona nos hizo daño, estamos equivocados, vino a enseñarnos con dolor lo que debimos aprender con amor, sólo es cuestión de perspectiva. Fuimos nosotros quienes pedimos esas enseñanzas. Vamos a ser mejores personas para que no nos convirtamos en instrumentos de dolor a nuestros semejantes, sino de ayuda amorosa al prójimo.

En resumen, la muerte física es un paso obligatorio por el cual debemos pasar todos los seres humanos para alcanzar el aprendizaje que nos hemos propuesto. Debe ser motivo de alegría y no de dolor, porque el ser humano que habitaba un cuerpo, por medio de esa transición se convierte en un ser de luz brillante, lleno de amor y paz, mientras que cuando tenía ese sostén biológico, sufría enfermedad, dolor, tribulaciones, entre otras cosas.

Cambiemos el chip cultural y veamos a la muerte física como un paso necesario para trascender a otros estadios indispensables para nuestra evolución espiritual.

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