La vida del cristiano es una vida de sacrificios, porque debe doblegar sus instintos y encausarlos hacia el bien común. No puedo llamarme cristiano y ser indolente hacia los problemas que aquejan a mi comunidad, por ejemplo. Debo participar para ayudar a resolverlos. Criticando, juzgando no estoy contribuyendo, sino hundiéndome con el dedo acusador que habla mal de mí, de mis palabras y pensamientos.
Si soy cristiano, debo ser fiel seguidor de Cristo, no sólo con palabras, sino con acciones. Es un compromiso muy grande. Observamos las críticas hacia la Iglesia Católica por los sacerdotes pederastas y vemos que esos delitos también son cometidos por miembros de las familias, parientes cercanos a los niños y se oculta. No se investiga, se guarda herméticamente. El niño queda dañado y el pariente, sin castigo alguno. Ahora, la gente censura con más ahínco al sacerdote por su conocimiento de las leyes de Dios, porque él predica el Evangelio, por lo tanto, es un modelo, una figura pública que está comprometida a seguir los pasos de Jesús y no se concibe un comportamiento alejado de sus predicas. Engaña a los fieles cuando se descarrilla y comete actos que no son apropiados según las normas sociales y morales. Igual pasa con quien se dice cristiano, va a ser juzgado, observado y censurado con mayor peso que el ciudadano que no manifiesta ninguna fe. El cristiano, no sólo debo serlo, sino parecerlo. Es el modelo, sus actuaciones lo que ven quienes están a su alrededor, la familia en primer lugar en el ámbito de su casa, cómo se comporta. Si es agresivo con ellos, si no tiene tolerancia o compasión. Así que modelamos con el ejemplo la conducta de nuestros hijos, pareja, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y demás relacionados. A todos ellos nos exponemos diariamente, con nuestros demonios y oscuridades. Mientras más las ocultemos, más sobresalen: la agresividad, ira, deshonestidad, palabras destructivas, malos pensamientos, entre otros. Todo sale a relucir en una conversación, con nuestros gestos o acciones. Por lo tanto, somos pancartas caminando, todos leen lo que dice, aunque creamos que engañamos a los otros. Ser cristiano es un camino, si lo elegimos, debemos interpretar la palabra de Jesús, incorporarla a nuestro diario quehacer, no sólo para recitar versos, capítulos y demostrar ego, sino para vivirla. Es un trabajo permanente de evaluación, reflexión que debemos hacer para convertirnos en mejores personas.