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Martedì, 19 Maggio 2020 18:20

Italia reabre a una normalidad sin turistas

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 Italia reabre lentamente y sin turistas, se mide con las costumbres de una nueva era y enfrenta una deuda pública más pesada, así como menos certezas en la vida diaria, sobre todo la de los más jóvenes que están aún sin escuela.


El temor es que el virus pueda obligar a todos a encerrarse de nuevo, mientras no se olvida el recuerdo de las sirenas de las ambulancias. Y a su vez el futuro está aún por inventarse, con nuevas reglas de convivencia desconocidas en el mundo anterior.
Un mundo hecho también de abrazos, besos, apretones de mano.
Con las divisiones habituales, huidas hacia adelante y retrocesos de parte de los dirigentes locales, pero también con un sentimiento nacional más fuerte entre la gente común, la que colgó la bandera tricolor y cantó el himno nacional durante semanas desde las ventanas y balcones.
Por la mañana temprano, el relanzamiento después de 69 días de bloqueo se ve como una realidad, incluso si el 18 de mayo comenzó antes realmente de la media noche, con la cuenta regresiva de algunas radios para marcar el final de la obligación de contar con una declaración para moverse por la ciudad: el documento más importante de la cuarentena, sin el cual la gente andaba ilegalmente.
El tráfico es más sostenida y algunas filas más para tomar el transporte público en las grandes ciudades fueron la primera señal, ya vista sin embargo el 4 de mayo pasado. El ruido de las persianas de los negocios que volvían a levantarse, en cambio, estaba ausente desde hace meses.
Negocios, bares, restaurantes, barberos, esteticistas: en horarios escalonados las ciudades parecen despertarse, incluso si la mayoría está allí para acomodar, tomar medidas, experimentar la nueva relación con los clientes.
Todo es un momento de descubrimiento, para los unos y para los otros, de abordar algo nuevo y desconocido. Es a ellos a quienes se dirigió el premier Giuseppe Conte cuando se detuvo a saludar a los comerciante en torno a Palazzo Chigi: "Haremos más", prometió.
Hay quien cambia las vitrinas donde aún se exhiben los abrigos pesados del invierno, mientras aparecen por doquier objetos que hasta hace pocos meses parecían impensables: desinfectantes, mascarillas, termómetros para la fiebre.
Las grandes cadenas van a lo grande: fila afuera, empleados que distribuyen guantes, calma y sonrisas, bajo el barbijo. Pero no es así para todos. Marisa Costa tiene un negocio de vestidos en Catanzaro: "Si no tenemos acceso al crédito muchos de nosotros terminaremos en manos de usureros, porque en estos meses los costos estuvieron igual".
En el bar -que es el refugio y lugar de desahogo de todos los italianos, no hay uno que no tenga su preferido- vuelve el rito del café, pero aún falta para la normalidad: se finge que no pasa nada, pero luego al darse vuelta se ve que se entra por un lado y se sale por otro, que frente a la caja hay un panel de plexiglás, transparente pero siempre un muro, que el mostrador está a un metro de distancia.
Tal vez está también esto en la decisión de los cafés históricos de no abrir todavía: están cerrados el Gambrinus y la Caffetteria dei Martiri en Nápoles, cerrados el Florian y el Quadri en Venecia.
"Todo va muy despacio -dice Fabrizio Murena, que tiene un bar en la calle XX Settembre en Génova-. Debemos invitar a las personas a entrar, hay miedo. El comienzo no es alentador".
Los negocios del lujo están abiertos y vacíos. Lo estaban también antes, pero eran los turistas quienes se encargaban de llenarlos: así sucede en Via Montenapoleone en Milán, en Via Tornabuoni en Florencia, en Via Condotti en Roma.
Los turistas son los grandes ausentes del relanzamiento, al menos mientras sigan las fronteras cerradas y las cuarentenas obligatorias. Es un vacío fuerte, que se siente sobre todo en Venecia, Florencia, Roma, en las ciudades de arte.
Incluso si entre lo que había antes -una invasión de grupos y palos de selfie- y lo que hay ahora, con ciudadanos que poco a poco se reapropian de lo que habían perdido y miran como si todo fuera una sorpresa, tal vez haya un camino intermedio que sería bienvenido.
¿Y los más solicitados? Barberos y pelugueros, incluso el lunes, el histórico día de cierre para esos oficios.
Salvo Binetti, un peluquero de Molfetta, abrió a la medianoche en punto: "No veíamos la hora", dijo. Lo que no hay, en cambio, son filas en los restaurantes: en el almuerzo hay algún temerario, pero las mesas, distanciadas, están casi todas vacías.
Muchos están allí haciendo números: ¿podremos salir de esta? Un pensamiento que une a todos, desde el chef con estrellas hasta el simple cocinero.
"Debemos arremangarnos, nuestro trabajo le hace bien a la gente", dice Filippo La Mantia. "Debo entender si podré mantener este lugar: es como tener una Ferrari sin saber si habrá dinero para el combustible. Ahora preferiría un Smar, pero desde el chiringuito hasta el local de lujo, estamos todos en la misma línea".
Son temores y miedos que rozan los pensamientos de todo italiano. Pero ahora hay que volver a salir adelante: sin certezas, aunque al menos con la esperanza de haber aprendido algo, de haber borrado aquella arrogancia de querer prevalecer sobre el otro a toda costa, sobre el diferente, sobre el más débil. (ANSA).

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