El actor Alberto Sordi, inolvidable por haber encarnado al "italiano medio" en el cine, cumpliría cien años este lunes y, por efecto de la pandemia, las celebraciones se reducen a un especial de radio y una exposición en su casa-fundación, que abrirá recién en septiembre.
En Via San Cosimato 7, en barrio romano de Trastevere, ya no queda nadie que pueda decir que lo conoció. Sobre la pared de la que fue su casa una placa recuerda a este romano ilustre presente en la memoria colectiva por haber encarnado italiano típico, con sus grandes defectos y pequeñas virtudes.
Hijo de un profesor de música que tocaba la tuba y de una maestra, Albertone (como se lo conoció siempre) pasó su infancia en Valmontone, municipio romano ubicado sobre una colina, y regresó al centro de la ciudad en 1937.
Estudió canto lírico y llegó a formar parte del coro de la capilla Sixtina. Años más tarde ingresaría al mundo del cine prestando su voz en el doblaje de Oliver Hardy, tras haber ganado un concurso de la Metro Goldwin Mayer en 1937.
Pero todos conocen a Sordi por sus grandes éxitos, que llegaron después de la guerra. Primero en la radio, con una gama de personajes que devinieron inmortales, como El compañero de la Parroquia, Mario Pio y el Conde Claro. Lo que en aquel entonces podía considerarse como una "maldición", su marcado acento trasteverino -que le valió la expulsión de la Academia Milanesa de Drama- fue, en cambio, la clave de su popularidad.
Vittorio De Sica apostó por él para el desafortunado filme "Mamma mia, che impressione", tal vez porque se apoyó demasiado en el repertorio de radio. También se fijó en Sordi Federico Fellini quien lo convocó para protagonizar "Lo sceicco bianco" (El jeque blanco, 1952), su debut como director. La experiencia fue un fiasco pero se reivindicó con el éxito de "I Vitelloni" (Los Inútiles, 1953). Sordi se colocó como nadie en la piel del personaje, el indolente Alberto que transcurre sus días entre partidas de billar, bromas de cofradía y la melancolía de vivir. Aquella caracterización enamoró por completo a los espectadores, también en "Un giorno in pretura" (Un día en el juzgado, 1954); "Piccola posta" (Pequeño correo, 1955) y sobre todo en "Un americano a Roma" (Un estadounidense en Roma, 1954).
A partir de ese momento, su carrera fue frenética al ritmo de diez películas por año con un récord de 152 actuaciones hasta su muerte, el 24 de febrero de 2003.
Si bien en los años '50 Sordi dio vida a personajes esencialmente paródicos en los '60 se preparó para ser una de las cuatro columnas de la comedia italiana. Ese vuelco, sin embargo, coincidió con una interpretación dramática en una de las películas más importantes del cine italiano, "La grande guerra" (La gran guerra, 1959), dirigida por Mario Monicelli, premiado en el Festival de Venecia con el León de Oro.
Al año siguiente, repetiría con otra película que buceaba entre la comedia y la tragedia, "Tutti a casa" (Todos a casa, 1960), de Luigi Comencini, donde una vez más interpretó a un hombre débil capaz de redimirse durante un momento crucial de la Historia, el 8 de septiembre de 1943 (firma del armisticio entre Italia y las fuerzas aliadas), y la posterior elección por la Resistencia.
Comenzaron a elegirlo los maestros de la comedia costumbrista, esa que castiga sin piedad los defectos del italiano medio. De hecho, Sordi participó en la escritura de los guiones (en alrededor de más de 140 películas) y halló en Rodolfo Sonego su compañero predilecto. Sordi era mucho más culto y reflexivo de lo que demostraba y lo demostró especialmente en "Un borghese piccolo piccolo" (Un burgués pequeño pequeño, 1977), de Monicelli. Sordi es celebrado en todo el mundo como un "monumento" del arte de la actuación. Sería un error pensar que fueran la improvisación y la naturaleza las claves con las que lograba meterse en la piel de protagonistas tan diversos. En 1966 quiso dirigirse a sí mismo y "Humo sobre Londres" reveló muy bien sus contradicciones personales con un antihéroe incapaz de comprender los cambios de su tiempo.
Las óptimas ganancias de la película lo convencieron de repetir la experiencia en otras 19 películas. Con Fellini no volvió a trabajar pero en la Cineteca Nacional se conserva una memorable prueba suya para "Casanova". Durante toda la vida a Sordi se le aplicó la etiqueta de "italiano medio", astuto, cobarde, débil, a su modo ingenuo y en el fondo de buenos principios. Pero el actor, realmente, sabía hacer de todo (lo confirman sus dotes de conductor televisivo y las pruebas de baile); cuidaba su vida privada (el único amor conocido es el que confesó por Andreina Pagnani) y solo confiaba en su familia (un hermano manager y dos hermanas que cuidaban de su bella casa en la Via Appia).
A fines de septiembre se inaugurará la muestra dedicada a Sordi en su casa-fundación. Cuando falleció, su cuerpo fue embalsamado y así pudieron saludarlo en una interminable procesión de dos días en el palacio del Senado italiano todos sus conciudadanos. A los funerales en San Giovanni en Laterano asistió una multitud de 250.000 personas. Su biografía artística se construyó por sí sola en "Historia de un italiano", un programa televisivo ideado y conducido por Sordi en Rai 2, los domingos por la tarde, entre 1979 y 1986.
En su lápida lo recuerda un chiste del filme "Il Marchese del Grillo" (El Marqués del Grillo): "Sor Marches, é l'hora" (Señor marqués, es la hora). (ANSA).