El origen de la omelette se pierde en la Francia medieval, con referencias que datan desde el siglo XIV. Consiste en huevos batidos, en ocasiones con un poco de leche o crema, cocinados a fuego fuerte en una sartén. La idea de batir los huevos es incorporar aire en el huevo. Este aire se expande al cocinar y le da una textura esponjosa a la omelette. Otra opción es añadir un poco de polvos de hornear al huevo batido. No hemos probado esta opción, que además tiene la marca de la herejía.