Fernando Astete, el antropólogo histórico director del sitio arqueológico de Machu Picchu, contó en una gira por Italia los desafíos de la lucha del emblemático lugar contra las amenazas del turismo masivo.
"Para nosotros estar allí es sentirse observado. No eres tú quien mira las montañas, son ellas que te miran a ti", dijo Astete, que pasó cuarenta años entre aquellas cumbres y excavaciones.
En el Valle de los Incas, donde nació, para todos Astete es "el guardián de Machu Picchu", el santuario patrimonio de la Unesco circundado por la asombrosa belleza de los Andes.
Retirado desde hace un mes, ahora sucedido por su alumno José Bastante, Astete visitó en Italia un congreso organizado por el Parque Arqueológico del Coliseo y el Mudec de Milán.
"Machu Picchu es mucho más que un parque arqueológico, es un icono de identidad. Obreros y porteadores, cuando llegan, se sacan el sombrero en señal de respeto", contó el exdirector, junto con la antropóloga Adine Gavazzi de la cátedra Unesco de la Universidad de Génova, en un encuentro organizado por la Embajada de Perú en Italia con el Instituto Italo Latinoamericano.
"Machu Picchu -explicó- es un 'llaqta', que en lengua quichua quiere decir 'lugar planificado donde las personas se unen'. Era por lo tanto un centro político, administrativo y religioso".
Para comprenderlo es preciso subir por encima de los 4.000 metros y mirarlo desde arriba, porque así lo imaginaron los incas hace seis siglos: un bosque de nubes, inmerso entre 18 grandes montañas "que no son obstáculos, sino progenitores ancestrales".
Según la tradición lo "descubrió" el explorador Hiram Bingham en 1911, pero "todos supieron siempre dónde estaba. Machu Picchu -explicó Astete- fue construido cortando rocas con otras rocas, de una parte de las terrazas, de otra los edificios".
"En la zona de los espejos debían habitar personas de la costa, porque hemos encontrado pigmentos amarillos y rojos en los revoques, como en las casas junto al mar. Sin embargo el sitio fue proyectado para 400 residentes y un máximo de 1.500 personas reunidas. Hoy llegamos también a los 6.000 turistas al día. Solo el camino del Inca lo transitan cada año 160.000 visitantes". Un pequeño ejército que paso tras paso consume el suelo y hiere el sito.
"A veces -confiesa- me gustaría que se descubriera otro Machu Picchu para salvar este de tanto impacto. No es Disneyland.
Nuestro gran desafío es proteger su identidad".
Desde el 1 de enero de 2019 hay nuevas medidas: "Las entradas por franjas horarias eliminaron las enormes multitudes de la mañana. Recorridos alternativos, como el Intihuatana (el lugar donde 'se lee el sol'), algunas escaleras de madera y algunas prohibiciones preservan las zonas más afectadas".
En cuanto a las emergencias climáticas, "el sitio no colapsará, está agarrado a la montaña", asegura, y gracias a las "galerías filtrantes, obra maestra de la ingeniería ambiental", se consigue incluso desagotar las grandes lluvias.
"Los incas -sonríe- nos indicaron la salvación muchos años atrás: nunca estar en el fondo del valle". Cada 15 días, sin embargo, se procede al control de cada piedra y al mantenimiento, con métodos y materiales incas.
Desde 1978 hasta hoy Astete mapeó a pie 37.000 hectáreas del sitio, descubriendo calles, objetos, construcciones. Hoy las investigaciones áreas, satelitales y geofísicas revelan -dice el investigador Nicola Masini- que todavía hay mucho por descubrir.
"Lo sé -coincide Astete-. Los misterios de Machu Picchu son muchos. Después de todos estos años, todavía me pregunto, por qué los incas construyeron precisamente allí". (ANSA).