La protesta generaba caos especialmente en el este de la capital -de dos millones de habitantes-, hasta donde llegaron decenas de autobuses en caravana para aparcarse frente a la sede del ministerio de Transporte, reseña AFP.
“De aquí no nos movemos. Si ellos son importantes, nosotros también”, arengó desde un vehículo Hugo Ocando, portavoz de los conductores, tras asegurar que el ministro Ricardo Molina se negó a recibir a la dirigencia del sector por razones de agenda.
Ocando aseguró a la AFP que unos 25.000 transportistas apoyan el reclamo, y denunció que Molina incumplió su promesa de reajustar los precios.
Los choferes exigen un aumento del pasaje de 45 a 60 bolívares (casi diez centavos de dólar a la tasa oficial más alta).
“Nuestros ingresos no alcanzan para mantener el carro ni para mantener la familia”, dijo a la AFP Ronny Blanco, de 33 años, quien, sin un contrato fijo, asegura ganar unos 5.000 bolívares diarios, cuando solo un almuerzo le cuesta 2.000.
Además, la falta de repuestos tiene fuera de servicio cerca de la mitad de las unidades en Caracas y localidades vecinas, según Jhonar Coro, vocero del sector.
“En la línea que trabajo yo, de 100 unidades unas 50 están paradas”, cuenta Blanco, quien sostiene que las llamadas “provedurías”, donde el gobierno socialista vende repuestos subsidiados, están desabastecidas desde hace meses.
Debido a ello, los conductores deben comprar repuestos a especuladores, que cobran por una llanta 200.000 bolívares, el doble de una subsidiada.
Venezuela está sumida en una grave crisis económica a raíz de la caída de los precios del petróleo, lo que ha generado una sequía de divisas en un país que importa la mayor parte de lo que consume.
La escasez de alimentos y medicinas es de 80%, mientras el FMI proyecta una inflación de 720% para 2016.
Los choferes también reclaman acciones contra la delincuencia, que afirman los tiene azotados.
“A mí me robaron tres veces en una misma semana. Me quitaron los reales (dinero) y el teléfono”, cuenta Daniel Sánchez, de 32 años, junto a su viejo autobús.
El único alivio, añade, sigue siendo el precio del combustible, el más barato del mundo. AFP