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Martedì, 03 Gennaio 2017 00:00

La intolerancia

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La intolerancia tiene que ver con la no aceptación del prójimo con cualquier excusa: religión, orientación sexual, color de la piel, estatura, condición socio-económica cultural, entre otras cosas. Somos intolerantes cuando por nuestra ilimitada percepción no percibimos al otro en su justa dimensión. Si queremos exterminar, eliminar, agredir a otro ser humano buscamos una excusa irracional para justificar nuestra acción. Esa conducta refleja el lado oscuro del hombre, mientras más tolerantes seamos, más espirituales somos, estamos menos atados a lo terrenal.

El mundo está convulsionado con tantas guerras, crímenes, atrocidades debido a la intolerancia de la gente que se cree superior a los demás, una especie de Dios castigador para decidir sobre la vida de los otros. Sin considerar que esta es la mayor ofensa que se le puede hacer a Dios: intervenir en su creación. Si Él es compasivo, misericordioso, amoroso, entonces ¿por qué los humanos somos crueles e implacables? ¿Por qué juzgamos y condenamos al otro? ¿Por qué carecemos de empatía?

Si alguien nos agrede, nos roba, mata a un ser cercano, se nos acaba el discurso sobre los derechos humanos, deseamos lo peor para quien nos causó dolor: su muerte, la condena, el sufrimiento. Sale a flote nuestra oscuridad. Es allí donde está el meollo del asunto: perdonar y desprendernos de nuestro yo, del egoísmo que nos ata, para trascender y entender al prójimo. Ese ser bajo, que nos dañó es una persona que tiene una carga muy pesada que no ha podido resolver, es un ser agresivo, duro, inconsciente, que responde a sus instintos porque no ha crecido ni personal ni espiritualmente.

¿Qué pasó si Dios lo hizo a su imagen y semejanza? El hombre en el camino de la vida se corrompió, igual le pasó a ese ser que nos hizo daño, en su infancia, o adolescencia, las personas que debían guiarlo, protegerlo o darle amor no lo hicieron y lo modelaron para que siguiera un camino oscuro y se apartara de la luz. Simplemente, es un ser perdido en los placeres del mundo, atado a lo material, un ser sin censura interna que le indique el camino del bien y del mal. Está transitando el camino amplio, disipado, sin razonar que el daño que le hace al otro regresará multiplicado por cien. Entonces, es un ser sin consciencia del todo, no se ha percatado que forma parte de la totalidad y su comportamiento no sólo lo ayuda o lo condena a él, sino a la humanidad completa. Si comprendemos esto, entonces debemos demostrar compasión hacia los que no tienen evolución y perdonarlos, aceptarlos o ayudarlos en caso que nos lo soliciten.

Ahora, ¿Cómo ser tolerantes? ¿Cómo remediar este mal? Trabajando mucho sobre nuestra parte oscura para ir por el camino del bien, dominar esos demonios que nos hacen caer en tentación de los placeres del mundo cada día. Librar una batalla, algunas veces más fuerte, otras, más suave, ver al otro como a Dios mismo, porque fue hecho igual que nosotros. Para tolerar a otro debo desprenderme de mi yo, eliminar el ego, para aceptar a las demás personas tal como son, sin reparos, sin evaluación, con todo el amor que Dios me ha dado. No es fácil, tampoco imposible. Fuimos creados para actuar con libre albedrio, y es esa fuerza la que debemos usar siempre, eligiendo el camino del bien, la cinta estrecha para pasar, porque la amplia nos lleva a la perdición. La amplia tiene que ver con los placeres, cuando nos atamos al cuerpo, a la percepción, a lo material y olvidamos lo espiritual. Si cultivamos ese lado que todos poseemos y que muchas veces olvidamos, entonces estamos en el camino correcto: buscar los tesoros del cielo es la misión más importante que tenemos, los tesoros terrestres se quedan aquí porque no son nuestros, son prestados.

El hombre a través de la historia ha demostrado su talente de guerrero, impulsivo, su fuerza y egoísmo, causando peleas, confrontaciones, matanzas, atrocidades una peor que otra. Recordemos a Hitler quien es el vivo ejemplo de maldad y de apego a la carne, igualmente los romanos en su conquista, los españoles, portugueses y otros países   en la colonización de América. Esas son heridas y cicatrices que quedan en las células de todos los oprimidos, por lo tanto, hacen mella en nuestra personalidad, aunque hayan pasado siglos de esas atrocidades. Toda conducta tiene una consecuencia. Todo lo que se lanza regresa con más fuerza, por lo tanto, debemos comenzar por ver a las personas como seres igual que nosotros independientemente de donde vivan, cual es su cultura, cómo se comportan, como es su piel, porque son creaciones divinas igual que nosotros. También ver de esa manera a todas las especies tanto animales, como vegetales y minerales. Ellos son seres vivos, con derechos de ocupar un espacio y un tiempo, si están con nosotros es porque los necesitamos a todos, tanto los que nos benefician como los que no lo hacen.

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