La Internet es una réplica de cómo actúa la mente humana. Somos una vasta red de energía neuronal palpitando en el planeta. La Tierra a su vez, es un punto azul, verde y marrón en el vasto universo como parte de otro todo. Es decir, a través de nuestra madre tierra estamos interconectados con el universo entero. En este sentido, el todo está contenido en cada cuerpo.
Volviendo a la divinidad, podría afirmar que somos parte de su ser, nos “desprendimos” de él. Está presente en cada uno de sus hijos. Recordemos a nuestro maestro Jesús, quien se sentía uno solo con el Padre, eran la misma persona. Esa es la lección que nos vino a dejar y que no hemos asimilado a dos mil años de su presencia en el planeta. Si nos sentimos uno con nuestro Padre creador, entonces seremos iguales a Él, llenos de luz, impregnados de su divinidad. Tendremos paz interior porque hemos disipado el miedo, la rabia, el ego y lo que trae oscuridad a nuestro ser interno. La otra enseñanza fundamental es el amor hacia nosotros mismos y hacia los otros como él nos amó. No podríamos amar al prójimo si no hay amor en nuestro corazón. No podemos dar lo que no tenemos, ni recibir lo que no damos.
Esa unidad con nuestro Padre, es la integración con el todo: animales, plantas, minerales, naturaleza, universo…aire, somos parte de esa misma fuerza, estamos contenidos en Dios, por lo tanto, si nos sentimos parte de la totalidad, somos uno con Él también. Como es un ser puro, lleno de amor hacia el todo, así deberíamos exhibir ese sentimiento hacia todo lo que nos rodea, incluyéndonos como parte de esa creación.
Asimismo, nuestro Padre no se muere ni está enfermo, es infinito, eterno, por lo tanto, nuestra alma no muere, no enferma, somos igualmente, infinitos. El cuerpo es lo que se degrada, lo que se contamina, daña y es perecedero. Cuando nos percatamos de esa verdad, entonces, tomamos consciencia de nuestras posibilidades de creación y sanación. El poder de nuestro pensamiento es tan fuerte que Jesús nos dijo que si tuviéramos un poco de fe del tamaño de un grano de una mostaza, podríamos mover montañas.
Nuestro cuerpo fue creado de manera perfecta, para funcionar coordinadamente todos los órganos y sistemas y llevar una vida sana. Sin embargo, al separarnos de ese todo, nos vemos como seres limitados por el cuerpo, con barreras físicas reales o imaginarias. Entramos en pánico y ese miedo nos vuelve seres llenos de obscuridad, aun cuando fuimos creados como seres de luz.
Sin ninguna excepción, somos sus hijos, fuimos hechos a su imagen y semejanza, formamos parte de Él y Él de nuestra constitución. Recordemos nuestra vida terrestre, cómo se formó: con dos células, 50% de material genético de mamá y 50% de papá. Dos mitades se unieron para hacer una unidad: el hijo. Somos una maravilla de la naturaleza, el resultado de dos individualidades fusionadas en un solo cuerpo. Eso nos hace más fuertes, más resistentes y perfectos.
Asimismo, la chispa eléctrica, el soplo de la vida que nos mueve, nos lo da Dios, es nuestra alma divina. Él amalgamó lo que estaba separado y creó un nuevo ser con la ayuda de nuestros padres biológicos, convirtiéndose en el gran artífice de nuestra presencia aquí en La Tierra. Su creación es maravillosa, en nueve meses se despliegan todas las características contenidas en códigos presentes en cada célula para ver la luz y comenzar un camino de infinitas experiencias que llamamos vida.
Igualmente, son sólo dos células las que contienen toda la carga genética que requerimos, ellas se unen para que un nuevo ser humano se geste en el vientre materno y en tan poco tiempo una persona con características únicas e irrepetibles tenga vida ¡Un suceso extraordinario, casi mágico, milagroso, extraordinario! Cada vez que no nos sentimos a gusto en cualquier circunstancias debemos recordar que somos eso: un milagro, una hermosa creación de Dios, que somos herederos de todo lo infinitamente bueno que tiene el padre: somos sus hijos.
Por otra parte, si deseamos mantenernos dentro de esa vasija que es Dios nuestro Padre y Creador, podemos alcanzar la perfección en el amor, por lo tanto, crecimiento espiritual, porque tenemos fuerza para lograrlo. Somos uno solo con su esencia, no obstante, tenemos libertad para decidir alejarnos de esa fuerza creadora y ser seres solitarios, orbitando en medio de la nada o por el contrario, seres de luz en armonía con el todo.
No percibimos que estamos “solos, sin el todo” porque tenemos gente a nuestro alrededor y así construimos la falsa ilusión que estamos acompañados. Las personas pueden estar cerca, sin embargo al no sentirlos como parte nuestra, son externos.
Sufrimos muchas tribulaciones porque consideramos que Dios es externo a nosotros, algunos hasta niegan su existencia y no se sujetan a ninguna ley natural, puesto que consideran que no hay nadie que sea responsable por nuestra existencia. Cuando recapacitamos, reflexionamos sobre la necesidad de llevar una vida junto al Padre, podríamos unirnos nuevamente a esa luz que nos creó. Recordemos el pasaje del hijo pródigo en la Biblia. Se separó del padre, pidió su herencia, la dilapidó y volvió pobre, arrepentido a buscar el amor del padre nuevamente. Éste lo recibió con fiesta y mucha alegría porque había vuelto a casa. Así nos recibe el padre creador cuando deseamos volver a él, después de estar lejos de sus enseñanzas. Su misericordia es infinita y espera por nosotros siempre, para protegernos y sostenernos. Aunque no estemos con Él, su presencia está con nosotros para apoyarnos en todo momento.
Por otra parte, los Ángeles, Arcángeles y demás seres celestiales son parte de esa misma creación, también son puntos de luz, energía pura, vibraciones altas. No están ligados a los humanos, están en una franja ubicada en la parte superior de la vasija, asimismo, fungen de intermediarios, vienen a la tierra cuando se requiere algo especial. Son seres iluminados, creados especialmente para acompañar a los humanos y ser utilizados directamente por el creador en situaciones excepcionales, recordemos el ángel que se le presenta a María antes de la concepción de Jesús.
Cuando llega el momento de partir a otro plano, a la transición o a morir como llaman muchos, nuestro cuerpo se transforma nuevamente en luz, ese caparazón que nos ata a la tierra, a los sentidos, se desprende y volvemos a ser energía pura. Ésta sólo cambia de posición y forma parte de otro todo, donde también está el Creador. Recordemos que somos energía vibratoria y ésta no se pierde, sólo se transforma. Jesús, antes de morir prometió el cielo al buen ladrón, al que se arrepintió, él le dijo que ese mismo día estarían juntos en el Paraíso. Por lo tanto, estamos seguros que existe otra dimensión donde hay otro tipo de luz, de amor universal que nos contiene a todos. Seguimos siendo puntos iluminados formando un solo cuerpo con nuestro Padre, el creador. Volvemos a la fuente, a la vasija de la cual salimos y que Dios moldeó como el más maravilloso orfebre.
Ahora, cabe destacar que cuando pasamos a la transición somos seres radiantes, llenos de amor total, puro, porque nos hemos despojado del cuerpo, de los sentidos y de la materialidad. En este nuevo estado, somos seres altamente iluminados. Ya el pasado no nos duele, ni existe, por lo tanto, estamos libres de cargas de cualquier tipo. Volvemos a ser parte de la grandeza, el amor y la luz del Padre. Por eso siempre escuchamos cuando muere alguien: -Fulano de tal era extraordinario, aunque se haya comportado de manera inapropiada. No me explicaba la razón y ahora, al entender que luego de la muerte nos despojamos de la negatividad que representa el apego al cuerpo y a los sentidos, entiendo que la gente, luego de su muerte, sea mejor que cuando vive.