Caracas (Venezuela) - Un superlativo Pabellón Vaticano, a cargo del arquitecto e historiador Francesco Dal Co, representa la primera participación de la Santa Sede en la Bienal de Arquitectura de Venecia, que se desarrollará este año del 26 de mayo al 25 de noviembre próximos.
Con su refinada y compleja estructura en equilibrio, las finas y altas maderas para evocar los techos inclinados del norte profundo, las hojas de luz que la atraviesan, los asientos alisados en madera, el perfume del jazmín que da la bienvenida, se puede ver la capilla firmada por Norman Foster, una de las diez del Pabellón Vaticano.
El lugar atrae a visitantes en masa, a cada hora y hasta ahora es el más popular, y allí Dal Co recibe al público en estos días de vista previa, listo para estrechar la mano, para explicar e ilustrar su idea personal del espacio para la meditación.
Pero en el pequeño, precioso, parque de la Isla de San Giorgio, lejos del caos de Venecia y por muchos años cerrado al público, el propio recorrido se presta para encantar y reflejar las distintas acepciones de espiritualidad.
Sugestiones del pensamiento que imprevistamente animan el verde de este paraíso particular con vistas a un rincón de paz de la laguna, entre el jade verde del agua, el turquesa del cielo y las arboladuras de los barcos a vela del cercano puerto deportivo, que se balancean suavemente con el viento.
Y si muchas de las ideas realizadas por los arquitectos seleccionados por Dal Co, algunos muy conocidos como Forster, el portugués Eduardo Souto de Moura o el italiano Francesco Cellini encantan, sorprenden y emocionan, otras también angustian un poco: tal es el caso de la refinada capilla con cruz del japonés Teronobu Fujimori, un especialista en la proyección de casas de té.
Otras llegan a tocar las cuerdas poéticas, en una conexión feliz entre alma y naturaleza, pensamiento articulado y pura emoción, como la estructura aparentemente modesta del estadounidense Andrew Berman, en madera revestida de plexiglas, el techo inclinado, de hecho una pequeña casa en el bosque simple y limpia, toda negra con dos peldaños que le dan un equilibrio increíble, con un frente monocromático roto solo por la madera pobre de un banco, humilde, esencial, ascético.
Pero basta sentarse allí y la mirada se dirige de inmediato hacia el agua y el horizonte lejano, para comprobar la paz interior y percibir el sentido de la pura poesía.
Completamente diferente la emoción que comunica la desnudez de la piedra en la construcción de Souto de Moura. Aquí el paisaje no entra, sino que se ingresa en las vísceras de la piedra fría, encastrada en seco con un sabio juego de tallado. Y la meditación deja espacio sobre todo a la espiritualidad, al sentido de lo esencial, con el pequeño altar y la cruz muy delgada que parece dibujada a lápiz. Luego están los experimentos más imaginativos como el banco, una cruz de acero con "acabado espejo" diseñada por la brasileña Carla Juacaba, con la luz que juega con su terminado y, dependiendo de los momentos del día, hace aparecer o desaparecer de la vista al símbolo religioso.
O la atrevida y feliz invención del australiano Sean Godsell, que recreó la idea de una capilla a partir de un container volcado y suspendido, con el interior dorado para recordar la luz que desciende desde arriba y un genial mecanismo de aberturas.
Cellini optó por una estructura limpia y minimalista, enteramente recubierta de cerámica, blanca y brillante en el interior, como una cocina, y de pizarra negra en el exterior.
Los españoles Eva Prats y Ricardo Flores prefirieron la mampostería en colores y cuentan que eligieron especialmente dónde colocarse, en los contornos del bosque, con una apertura circular hacia el este para recoger la luz de la mañana.
Una mención aparte para el Pabellón introductorio que alberga la muestra de diseños de Gunnar Asplund, arquitecto fundacional, autor en 1920 de una poética y muy elogiada Capilla del Bosque en Estocolmo. Proyectado por Francesco Magnani y Traudy Pelzel, se erige como un pequeño museo, pero de hecho, con su estructura refinada toda cubierta de maderas oscuras, cortadas con sabiduría, evoca la misma construcción de Asplund.
El juego de pantallas en el interior recrea la sugestión de la luz inclinada también en este pequeño edificio, muestrario para los maravillosos dibujos del arquitecto sueco y un buen lugar para sentirse en paz. Sin dudas sería una gran iniciativa si estas construcciones, pensadas para durar el tiempo de la Bienal, pudieran permanecer en pie en San Giorgio, volviendo todavía más sugestivo este encantador y mágico bosque sobre el agua. (ANSA).