A la muerte de Mao (1893-1976), el comunismo dogmático empezó a debilitarse. El inspirador e ideólogo de aquel movimiento revisionista fue Deng Xiaoping. Ya había dado muestras de pragmatismos cuando declaró: “No importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones”. Segregado por Mao como “derechista”, cuando Mao muere se convierte en alternativa de poder y, efectivamente, en poco tiempo, ocupa el poder supremo, proclamando lo que denominó “socialismo de mercado”, en la práctica nada diferente de los gobiernos occidentales. En China, del comunismo sólo sobrevive el nombre, el gobierno autoritario y la negativa de libertades públicas y garantías constitucionales. Sin embargo, llama la atención que en las tres últimas décadas los presidentes chinos sólo han durado 10 años en el ejercicio de la presidencia.
Otro país que se proclama comunista es Corea del Norte. Curioso país, con periódicas hambrunas terribles pero con misiles atómicos; un país donde se ha establecido la primera dinastía comunista habiéndose turnado en el poder abuelo, padre e hijo. Un país donde al tío del actual presidente, sospechoso de deslealtad, no se le sometió a juicio frente a un tribunal, se le lanzó a una jauría de perros hambrientos.
El comunismo gobierna en Cuba desde hace 56 años. El poder lo han compartido dos personas, Fidel y su hermano Raúl. Cuba está arruinada, los cubanos comen lo que le ofrece el gobierno a través de la Libreta de Racionamiento. De no haber sido por la ayuda cuantiosa, primero de la Unión Soviética, luego de Chávez y ahora de Maduro, Cuba estaría en la actualidad mucho peor que Haití.
Este modelo históricamente fracasado es el que Maduro y su gente están empeñados en imponer en Venezuela. Aunque no lo han logrado imponer del todo todavía, Venezuela está arruinada y los venezolanos sometidos también al racionamiento.